Está oscuro, como siempre.
Me he despertado bruscamente y no puedo conciliar de nuevo el sueño. Desde hace algún tiempo no puedo dormir bien, estoy tenso, nervioso; desconozco cuál es el motivo, pero hay algo extraño en el ambiente que antes no existía, es una sensación de peligro, como un presentimiento de que algo horrible está a punto de suceder. No puedo evitar que, de manera reiterada, acudan a mi memoria, débiles recuerdos del día lejano en que se llevaron a mi madre; entonces yo era muy pequeño, pero en el aire se respiraba el mismo olor a miedo que hoy percibo.
Soy un prisionero. En realidad siempre he sido un prisionero, porque, según he llegado a deducir, nací en esta celda y aquí he estado toda mi vida hasta hoy; no sé la edad que tengo dado que en esta zona no hay luz, excepto cuando los Washi traen la comida y encienden una bombilla que ilumina el habitáculo, por lo que no tengo ninguna referencia para calcular el tiempo; pero, en todo caso, debo ser un adulto, ya que tengo aproximadamente la misma estatura que tenía mi madre, según yo la recuerdo.
Estoy encerrado en una celda cuadrada de unos cinco o seis pasos de lado y cuyas paredes, que tendrán tres o cuatro veces mi altura, no llegan hasta el techo. Tanto el suelo como las paredes son de cemento gris, sucio y húmedo; no dispongo de ninguna ventana, o abertura similar, a excepción de una puerta de acceso que es utilizada por los Washi para dejar la comida y proceder periódicamente a la limpieza de la celda. El aire es denso, viciado y maloliente. Estoy desnudo; siempre he estado así, sin ropas, mantas o cualquier otra cosa para cubrirme o resguardarme del frio, pues todos los enseres de mi prisión se limitan a un par de cuencos, sucios y muy pesados, donde la comida y el agua son depositados.
En toda la zona donde estoy ubicado deben existir otras celdas o departamentos parecidos, en los cuales se encuentran otros prisioneros, porque noto su presencia y oigo sus voces, pero no puedo entender lo que dicen, lo que me ha llevado a suponer que son extranjeros o procedentes de alguna región lejana. Asimismo desconozco el tamaño, dimensiones o características del mundo, fuera de las paredes de mi cárcel, ya que el único contacto con el exterior se remite a los breves momentos en que los Washi abren la puerta de mi departamento, durante los cuales he podido observar que existe una especie de pasillo, sin ventanas, que debe comunicar con las puertas del resto de las celdas.
Los Washi son los guardianes de la prisión; se encargan del orden y la vigilancia, así como de la alimentación y la limpieza de los internos. No se cómo se llaman, porque tampoco entiendo su lenguaje, pero mi madre les denominaba Washi, por el sonido que emitían sus voces al hablar, y yo he seguido haciendo lo mismo, sin embargo no son como nosotros: son monstruos, altos, fuertes, crueles y de un olor pestilente, que van vestidos con ropajes extraños, de los cuales sobresalen dos extremidades terminadas en tentáculos finos, que les sirven para asir y sostener los objetos, especialmente un palo largo, a modo de cayado, que utilizan para golpearnos (recuerdo que, en cierta ocasión, siendo mas joven, intenté huir aprovechando el momento en que el Washi estaba limpiando mi celda y la puerta estaba entreabierta, pero él fué mas rápido y logró cerrarla antes de que yo pudiera salir. A continuación cogió su palo y estuvo golpeándome durante un buen rato, mientras gritaba de forma atronadora. A resultas de la paliza estuve mucho tiempo con el cuerpo dolorido sin poder moverme, y aún hoy adolezco de cierta cojera en una pierna. Desde entonces no he vuelto a intentarlo). Asimismo he escuchado con alguna frecuencia en las celdas contiguas, chillidos y alaridos de los reclusos, acompañados del sonido de los golpes del palo, lo que me ha llevado a pensar que también los otros prisioneros eran tratados de igual forma que lo era yo.
Como ya dije, los Washi son, además, los encargados que traer el alimento y de la limpieza: periódicamente uno de los monstruos abre la puerta de la estancia y deposita en los cuencos la comida y el agua; la comida es asaz buena y abundante y el agua es limpia y fresca. En períodos mas dilatados, el mismo Washi procede a la limpieza de la celda, mediante un tubo largo y flexible del que brota un chorro de agua a presión, con el que elimina los orines y las heces depositadas en el suelo de la celda, dirigiendo acto seguido, el chorro de agua hacia mí, con objeto, según he supuesto, de proceder a la propia limpieza de mi cuerpo; la sensación del agua fresca sobre la piel es muy reconfortante, aunque no siempre fué así: recuerdo que, de pequeño, la temperatura del agua me parecía demasiado fría y el chorro era tan fuerte que lastimaba mi piel; entonces yo corría a esconderme detrás de las piernas de mi madre y ésta se acurrucaba, conmigo en su regazo, para protegerme y evitar, en lo posible, el contacto del agua sobre mi cuerpo .....
Mi madre ..... apenas si tengo un vago recuerdo de ella, pero ¡cuánto la he echado de menos!. Los mas remotos recuerdos de mi vida están relacionados con mi ella, su voz cálida y tranquilizadora, el olor dulce a leche templada, la suavidad acogedora de su piel ....., todo a su alrededor estaba envuelto en una atmósfera de amor y seguridad en la que me sentía feliz. De ella aprendí casi todo lo que sé: los nombres de las cosas, a esconderme en un rincón cuando venían los Washi, a no comer demasiado deprisa, a acurrucarme en su regazo en los momentos de miedo o frío ...... y a rezar. Mi madre me enseñó que existía un dios justo, bueno y compasivo, que velaba por nosotros aunque no lo viéramos, y al que podíamos dirigirnos para agradecerle las cosas buenas que nos daba, o pedirle ayuda y fortaleza en los momentos difíciles; que él era infinitamente misericordioso, y perdonaría nuestros errores ayudándonos a encontrar el camino correcto en la andadura; y finalmente, si cumplíamos de forma honesta nuestra misión en la vida, podríamos verle y compartir con él la eternidad; por todo ello, siempre, cuando íbamos a dormir, rezábamos una oración de agradecimiento a dios.
¿Donde estaba dios cuando se llevaron a mi madre?, ¿que hizo para protegerla de los Washi?, ¿por qué permitió que, siendo tan pequeño, me quedara solo, aterrorizado, perdido en el mundo, sin saber que hacer ni que iba a ser de mi vida?, ¿cuál era el motivo por el que me encontraba aquí encarcelado; qué daño o mal había hecho?..... Al principio, durante mucho tiempo, odié a dios con todas mis fuerzas; luego el odio se convirtió, poco a poco, en conformismo, en aceptación del destino, y hoy creo, simplemente, que dios se olvidó de nosotros, que su mirada no puede llegar a un sitio tan triste, lúgubre y olvidado como éste. Pero ya no le guardo rencor. Quizá, algún día, pueda verle y tal vez entonces encuentre las respuestas y entienda la razón de mi vida y de los hechos.
Nunca podré olvidar el día en que se llevaron a mi madre: ella llevaba un tiempo inquieta, nerviosa.... y en aquella ocasión se despertó, en medio del sueño, muy alterada; recuerdo que me apretó muy fuerte contra su pecho y me dijo "hijo mío, pase lo que pase, debes ser fuerte; recuerda que dondequiera que esté, te querré siempre" y empezó a llorar; yo nunca había visto llorar a mi madre y eso me impresionó mucho y me produjo gran inquietud.
Entonces se abrió violentamente la puerta y aparecieron los Washi, eran tres, uno de ellos venía provisto de su palo, otro traía una fuerte soga de esparto y el tercero tenía asido entre sus tentáculos un instrumento estrecho y cortante, mas corto que el palo, pero de un material mas duro y frío.
Nos empujaron hacia el rincón mas alejado de la puerta; mi madre gritaba pidiendo ayuda y yo me abrazaba a ella con los ojos llenos de lágrimas; también gritaba. Mientras uno de los Washi ponía la cuerda en torno al cuello de mi madre, otro enrolló sus tentáculos en una de mis piernas y me arrojó violentamente hacia el otro rincón. La arrastraron con fuerza hacia la puerta, mi madre lloraba, - "hijo mío, hijo mío, te quiero" -, salieron todos, cerraron la puerta tras de sí y se hizo el silencio ..... nunca volví a verla ........
Ahora tengo la misma sensación de peligro que tenía aquel día. Mi respiración es agitada y el corazón palpita con mas fuerza. Algo horrible está a punto de suceder, lo presiento. De pronto la luz se enciende, oigo pasos ... Se abre la puerta de mi celda y aparecen los Washi, son tres, y disponen de los mismos instrumentos que portaban entonces. Estoy muy asustado, pero decido luchar. Trato de correr hacia la puerta, cuando uno de ellos se interpone; me golpea con su palo en la cara y siento un gran dolor y quedo un poco aturdido, la sangre empieza a manar de mi nariz. Se abalanzan sobre mí, noto su pestilente olor y los tentáculos atenazando mi cuerpo. Rodean mi cuello con la soga y me arrastran sin piedad hacia el pasillo. Al fondo hay una puerta por la que entra una blanca y cegadora claridad, nos dirigimos a ella y salimos al mundo exterior.
Mi madre me contó que, tiempo atrás, ella había conocido el mundo exterior. Me dijo que éste era inmenso, que no tenía paredes ni techo, el aire era limpio y se podía corretear por el campo. Que, allá arriba, muy lejos había una especie de bola blanca, de la que manaba la luz y el calor, una luz y un calor saludables y reconfortantes para el cuerpo y la piel. Fué allí donde conoció a mi padre y se enamoró locamente de él; estuvieron poco tiempo juntos, pero, según ella contaba, fueron los mejores dias de su vida. Luego los Washi los separaron y la llevaron de nuevo a su celda ..... No volvió a saber nada de mi padre.
Salimos. Al principio la luz me ciega y apenas me deja ver nada. Siento el calor suave sobre mi piel. Poco a poco empiezo distinguir las formas, veo mas Washi, de todos los tamaños, parecen estar muy contentos, todos se rien y acuden a verme. Siento como me levantan entre varios de ellos y me tumban en una mesa de madera, sujeto por sus tentáculos. El olor insoportable de los Washi lo impregna todo. Estoy muerto de miedo. Grito en auxilio e imploro para que me suelten. Todo es inútil. Se acerca el Washi que lleva el instrumento cortante y lo apoya sobre mi cuello. Mi corazón se desborda por la boca. Hunde sin piedad el instrumento en mi carne y lo mueve para producir un corte amplio y profundo. El dolor es inmenso, pero no puedo gritar; un chorro de sangre brota de mi garganta y se derrama por la mesa. Un pequeño Washi trae una especia de caldero, lo coloca debajo del caño de sangre y empieza a removerlo con un palo. Noto como la vida se me escapa a borbotones, mientras mi corazón bombea a toda prisa hacia mis venas exangües. Mi vista se nubla y miro hacia la pared blanca, situada a escasa distancia, enfrente de mi cara; allí veo un letrero, parece un calendario: "11 de Noviembre. San Martín. Día de la matanza del cerdo".
Mis ojos se cierran y se hace la oscuridad.
El último pensamiento es para mi madre .......
(dedicado a nosotros, los humanos, reyes de la creación, amos del universo y depositarios de los valores eternos de dios)
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