25 de mayo de 2012

Morar en paz

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Allá lejos, pasando el pinar, hay un jardincito. La hierba crece en él alta y espesa; allí pueden verse las grandes estrellas blancas de la cicuta, allí el ruiseñor canta toda la noche. Canta toda la noche. La luna de cristal helado deja caer su mirada y el tejo extiende sus brazos de gigante sobre los durmientes.

Allí podré descansar en la blanda tierra oscura mientras las hierbas se balancean al aire, y escuchar el silencio. No tener ni ayer ni mañana. Olvidarse del tiempo y morar en paz.

(parafraseando a Oscar Wilde)

16 de mayo de 2012

Solo un hombre

No tengo tiempo para apelativos equívocos ni bizantinas discusiones de salón sobre el sexo de los angeles: las noches sólo son oscuras y los días claros; los colores gris y claroscuro son para los camaleones hidrófugos, los que temen mojarse, porque viven del arte del escamoteo y la perfidia. Y las media-verdades son mentiras, empleadas como excusa por los falsos.

No creo en venganzas que se sirven en platos fríos, pues ello solo corresponde a espíritus mediocres. Ni tampoco en que lo que no te mata te hace mas fuerte, porque la fortaleza, el valor y el coraje, no se hacen en el combate, sólo se muestran en él, pero han de ser previos y fruto de la reflexión personal y la experiencia.

No pacto con la vida la paz vegetativa y confortable, si no que marcho, cual soldado, 'bajo la lluvia y bajo el fuego', a vencer al enemigo. Y si soy derrotado en el combate, levanto mis raices de la tierra, tomo mi espada y mi armadura y voy a buscar otra mas fértil, 'donde la primavera esté naciendo' porque las amapolas no saben de mentiras.

No abandero opciones, ideologías o posturas, mas la mía. Pero si alguien quiere unirse a mi andadura, no detrás si no a la par, para seguir la senda, paso a paso, codo a codo, bienvenido sea, que no ha de faltar en el camino, frondoso árbol que dé cobijo y un vaso de buen vino. Mas si alguno pretende medrar bajo mi sombra, beber mi agua o resguardarse en mi posada a la espera de mejores perspectivas, sepa, ya desde aquí y desde ahora, que no lo quiero, que yo pago mis peajes al barquero y no admito polizones en mi barco.

No busco la contienda, mas si la causa lo merece, no me aparto. No hiero a traición ni por la espalda, ni acecho al enemigo en la espesura, pero si alguien se siente traicionado y piensa que necesita reparación para su ofensa, no me esconderé entre el rebaño, ni buscaré el apoyo de la plebe; allí estaré, donde me busque, afrontando las consecuencias y los hechos: para pedir perdón si fuere errado o defender en franca lid mis posiciones.

No quiero el amor hecho a cachitos de convenios, conformismos y paciencias, si no al que te estalla en el pecho y te inunda de luz y de esperanza. Pero puede no ser eterno, lo sé. Y si un dia decide marcharse a buscar otro alma, abriré, sin reproches, ni culpables, de par en par mi ventana para que vuele lejos, porque el Amor, como la amapola, no puede vivir en cautiverio.

Del amigo y del amor nada espero, suyos son mi casa y mi hacienda, y que cada cual administre sus derechos y obre en consecuencia. Pero si alguno, e incluso todos, si todos hiciesen mal uso de los bienes recibidos, los apartaré, sin rencor, de mi camino, pues prefiero ser lobo estepario aullando mi soledad en la montaña, que rey del mambo con séquito de hipócritas, correveidiles e intrigantes.

No espero ser el mejor ni el peor, tan solo un hombre, con sus alas de dios y sus cadenas, con sus días de luz y noches negras, que busca su camino en medio del desierto. Que ha nacido en una época y un mundo equivocados y aún a su pesar, y todavía, cree en el HOMBRE, no como ser social aborregado -pajarillo inerme que espera que le traigan el bocado-, si no como individuo, como ser inteligente, depositario de valores celestiales, que forja su destino, porque de algo han de servir tantas generaciones de hombres buenos para llegar hasta aquí.

13 de mayo de 2012

El prisionero

Está oscuro, como siempre.

Me he despertado bruscamente y no puedo conciliar de nuevo el sueño. Desde hace algún tiempo no puedo dormir bien, estoy tenso, nervioso; desconozco cuál es el motivo, pero hay algo extraño en el ambiente que antes no existía, es una sensación de peligro, como un presentimiento de que algo horrible está a punto de suceder. No puedo evitar que, de manera reiterada, acudan a mi memoria, débiles recuerdos del día lejano en que se llevaron a mi madre; entonces yo era muy pequeño, pero en el aire se respiraba el mismo olor a miedo que hoy percibo.
 
Soy un prisionero. En realidad siempre he sido un prisionero, porque, según he llegado a deducir, nací en esta celda y aquí he estado toda mi vida hasta hoy; no sé la edad que tengo dado que en esta zona no hay luz, excepto cuando los Washi traen la comida y encienden una bombilla que ilumina el habitáculo, por lo que no tengo ninguna referencia para calcular el tiempo; pero, en todo caso, debo ser un adulto, ya que tengo aproximadamente la misma estatura que tenía mi madre, según yo la recuerdo.

Estoy encerrado en una celda cuadrada de unos cinco o seis pasos de lado y cuyas paredes, que tendrán tres o cuatro veces mi altura, no llegan hasta el techo. Tanto el suelo como las paredes son de cemento gris, sucio y húmedo; no dispongo de ninguna ventana, o abertura similar, a excepción de una puerta de acceso que es utilizada por los Washi para dejar la comida y proceder periódicamente a la limpieza de la celda. El aire es denso, viciado y maloliente. Estoy desnudo; siempre he estado así, sin ropas, mantas o cualquier otra cosa para cubrirme o resguardarme del frio, pues todos los enseres de mi prisión se limitan a un par de cuencos, sucios y muy pesados, donde la comida y el agua son depositados.

En toda la zona donde estoy ubicado deben existir otras celdas o departamentos parecidos, en los cuales se encuentran otros prisioneros, porque noto su presencia y oigo sus voces, pero no puedo entender lo que dicen, lo que me ha llevado a suponer que son extranjeros o procedentes de alguna región lejana. Asimismo desconozco el tamaño, dimensiones o características del mundo, fuera de las paredes de mi cárcel, ya que el único contacto con el exterior se remite a los breves momentos en que los Washi abren la puerta de mi departamento, durante los cuales he podido observar que existe una especie de pasillo, sin ventanas, que debe comunicar con las puertas del resto de las celdas.

Los Washi son los guardianes de la prisión; se encargan del orden y la vigilancia, así como de la alimentación y la limpieza de los internos. No se cómo se llaman, porque tampoco entiendo su lenguaje, pero mi madre les denominaba Washi, por el sonido que emitían sus voces al hablar, y yo he seguido haciendo lo mismo, sin embargo no son como nosotros: son monstruos, altos, fuertes, crueles y de un olor pestilente, que van vestidos con ropajes extraños, de los cuales sobresalen dos extremidades terminadas en tentáculos finos, que les sirven para asir y sostener los objetos, especialmente un palo largo, a modo de cayado, que utilizan para golpearnos (recuerdo que, en cierta ocasión, siendo mas joven, intenté huir aprovechando el momento en que el Washi estaba limpiando mi celda y la puerta estaba entreabierta, pero él fué mas rápido y logró cerrarla antes de que yo pudiera salir. A continuación cogió su palo y estuvo golpeándome durante un buen rato, mientras gritaba de forma atronadora. A resultas de la paliza estuve mucho tiempo con el cuerpo dolorido sin poder moverme, y aún hoy adolezco de cierta cojera en una pierna. Desde entonces no he vuelto a intentarlo). Asimismo he escuchado con alguna frecuencia en las celdas contiguas, chillidos y alaridos de los reclusos, acompañados del sonido de los golpes del palo, lo que me ha llevado a pensar que también los otros prisioneros eran tratados de igual forma que lo era yo.

Como ya dije, los Washi son, además, los encargados que traer el alimento y de la limpieza: periódicamente uno de los monstruos abre la puerta de la estancia y deposita en los cuencos la comida y el agua; la comida es asaz buena y abundante y el agua es limpia y fresca. En períodos mas dilatados, el mismo Washi procede a la limpieza de la celda, mediante un tubo largo y flexible del que brota un chorro de agua a presión, con el que elimina los orines y las heces depositadas en el suelo de la celda, dirigiendo acto seguido, el chorro de agua hacia mí, con objeto, según he supuesto, de proceder a la propia limpieza de mi cuerpo; la sensación del agua fresca sobre la piel es muy reconfortante, aunque no siempre fué así: recuerdo que, de pequeño, la temperatura del agua me parecía demasiado fría y el chorro era tan fuerte que lastimaba mi piel; entonces yo corría a esconderme detrás de las piernas de mi madre y ésta se acurrucaba, conmigo en su regazo, para protegerme y evitar, en lo posible, el contacto del agua sobre mi cuerpo .....

Mi madre ..... apenas si tengo un vago recuerdo de ella, pero ¡cuánto la he echado de menos!. Los mas remotos recuerdos de mi vida están relacionados con mi ella, su voz cálida y tranquilizadora, el olor dulce a leche templada, la suavidad acogedora de su piel ....., todo a su alrededor estaba envuelto en una atmósfera de amor y seguridad en la que me sentía feliz. De ella aprendí casi todo lo que sé: los nombres de las cosas, a esconderme en un rincón cuando venían los Washi, a no comer demasiado deprisa, a acurrucarme en su regazo en los momentos de miedo o frío ...... y a rezar. Mi madre me enseñó que existía un dios justo, bueno y compasivo, que velaba por nosotros aunque no lo viéramos, y al que podíamos dirigirnos para agradecerle las cosas buenas que nos daba, o pedirle ayuda y fortaleza en los momentos difíciles; que él era infinitamente misericordioso, y perdonaría nuestros errores ayudándonos a encontrar el camino correcto en la andadura; y finalmente, si cumplíamos de forma honesta nuestra misión en la vida, podríamos verle y compartir con él la eternidad; por todo ello, siempre, cuando íbamos a dormir, rezábamos una oración de agradecimiento a dios.

¿Donde estaba dios cuando se llevaron a mi madre?, ¿que hizo para protegerla de los Washi?, ¿por qué permitió que, siendo tan pequeño, me quedara solo, aterrorizado, perdido en el mundo, sin saber que hacer ni que iba a ser de mi vida?, ¿cuál era el motivo por el que me encontraba aquí encarcelado; qué daño o mal había hecho?..... Al principio, durante mucho tiempo, odié a dios con todas mis fuerzas; luego el odio se convirtió, poco a poco, en conformismo, en aceptación del destino, y hoy creo, simplemente, que dios se olvidó de nosotros, que su mirada no puede llegar a un sitio tan triste, lúgubre y olvidado como éste. Pero ya no le guardo rencor. Quizá, algún día, pueda verle y tal vez entonces encuentre las respuestas y entienda la razón de mi vida y de los hechos.

Nunca podré olvidar el día en que se llevaron a mi madre: ella llevaba un tiempo inquieta, nerviosa.... y en aquella ocasión se despertó, en medio del sueño, muy alterada; recuerdo que me apretó muy fuerte contra su pecho y me dijo "hijo mío, pase lo que pase, debes ser fuerte; recuerda que dondequiera que esté, te querré siempre" y empezó a llorar; yo nunca había visto llorar a mi madre y eso me impresionó mucho y me produjo gran inquietud.

Entonces se abrió violentamente la puerta y aparecieron los Washi, eran tres, uno de ellos venía provisto de su palo, otro traía una fuerte soga de esparto y el tercero tenía asido entre sus tentáculos un instrumento estrecho y cortante, mas corto que el palo, pero de un material mas duro y frío.
Nos empujaron hacia el rincón mas alejado de la puerta; mi madre gritaba pidiendo ayuda y yo me abrazaba a ella con los ojos llenos de lágrimas; también gritaba. Mientras uno de los Washi ponía la cuerda en torno al cuello de mi madre, otro enrolló sus tentáculos en una de mis piernas y me arrojó violentamente hacia el otro rincón. La arrastraron con fuerza hacia la puerta, mi madre lloraba, - "hijo mío, hijo mío, te quiero" -, salieron todos, cerraron la puerta tras de sí y se hizo el silencio ..... nunca volví a verla ........

Ahora tengo la misma sensación de peligro que tenía aquel día. Mi respiración es agitada y el corazón palpita con mas fuerza. Algo horrible está a punto de suceder, lo presiento. De pronto la luz se enciende, oigo pasos ... Se abre la puerta de mi celda y aparecen los Washi, son tres, y disponen de los mismos instrumentos que portaban entonces. Estoy muy asustado, pero decido luchar. Trato de correr hacia la puerta, cuando uno de ellos se interpone; me golpea con su palo en la cara y siento un gran dolor y quedo un poco aturdido, la sangre empieza a manar de mi nariz. Se abalanzan sobre mí, noto su pestilente olor y los tentáculos atenazando mi cuerpo. Rodean mi cuello con la soga y me arrastran sin piedad hacia el pasillo. Al fondo hay una puerta por la que entra una blanca y cegadora claridad, nos dirigimos a ella y salimos al mundo exterior.

Mi madre me contó que, tiempo atrás, ella había conocido el mundo exterior. Me dijo que éste era inmenso, que no tenía paredes ni techo, el aire era limpio y se podía corretear por el campo. Que, allá arriba, muy lejos había una especie de bola blanca, de la que manaba la luz y el calor, una luz y un calor saludables y reconfortantes para el cuerpo y la piel. Fué allí donde conoció a mi padre y se enamoró locamente de él; estuvieron poco tiempo juntos, pero, según ella contaba, fueron los mejores dias de su vida. Luego los Washi los separaron y la llevaron de nuevo a su celda ..... No volvió a saber nada de mi padre.

Salimos. Al principio la luz me ciega y apenas me deja ver nada. Siento el calor suave sobre mi piel. Poco a poco empiezo distinguir las formas, veo mas Washi, de todos los tamaños, parecen estar muy contentos, todos se rien y acuden a verme. Siento como me levantan entre varios de ellos y me tumban en una mesa de madera, sujeto por sus tentáculos. El olor insoportable de los Washi lo impregna todo. Estoy muerto de miedo. Grito en auxilio e imploro para que me suelten. Todo es inútil. Se acerca el Washi que lleva el instrumento cortante y lo apoya sobre mi cuello. Mi corazón se desborda por la boca. Hunde sin piedad el instrumento en mi carne y lo mueve para producir un corte amplio y profundo. El dolor es inmenso, pero no puedo gritar; un chorro de sangre brota de mi garganta y se derrama por la mesa. Un pequeño Washi trae una especia de caldero, lo coloca debajo del caño de sangre y empieza a removerlo con un palo. Noto como la vida se me escapa a borbotones, mientras mi corazón bombea a toda prisa hacia mis venas exangües. Mi vista se nubla y miro hacia la pared blanca, situada a escasa distancia, enfrente de mi cara; allí veo un letrero, parece un calendario: "11 de Noviembre. San Martín. Día de la matanza del cerdo".

Mis ojos se cierran y se hace la oscuridad.

El último pensamiento es para mi madre .......


(dedicado a nosotros, los humanos, reyes de la creación, amos del universo y depositarios de los valores eternos de dios)

8 de mayo de 2012

El viejo algarrobo

Recorrió el sendero que discurría medio oculto entre las altas hierbas y la maleza, como tantas veces habían hecho. El sol se había escondido ya hacía un rato detrás de la última montaña y la noche se dejaba caer mansamente sobre la tierra.

Tambien su alma era inundada por las sombras que emergían por doquier, adueñandose de los mas lejanos rincones, donde antes prendían pequeñas llamitas de esperanza.

Las lágrimas acudieron a sus ojos, pero las contuvo: necesitaba disponer de toda su visión para no perder el camino hacia el viejo árbol.

Su árbol. El de Javier y suyo. Un algarrobo centenario, frondoso, con un enorme tronco retorcido lleno de hendiduras y recovecos y una copa ingente de miles de ramas entrelazadas, cuajadas de hojas verdes.

A sus pies se habían besado la primera vez en aquella primavera de 15 años, cuando sintió que su corazón golpeaba tan fuerte dentro de su pecho, que temió que el ruido espantara a los pájaros y tuvo que apoyarse en el tronco para no caer al suelo dado el temblor que sacudía todo su cuerpo.

Y allí, a la sombra cómplice y protectora de sus ramas y, arropados por una mullida alfombra de hojarasca, se habían amado y jurado su amor en muchas otras ocasiones posteriores.

El viejo algarrobo fué testigo mudo de sus ilusionados proyectos de futuro escritos entre dulces besos y apasionados abrazos. Mudo, pero no silencioso. De cuando en cuando dejaba que el viento de la tarde se colase entre su ramaje para susurrar hermosas melodías sobre la piel de los amantes .....

Pero ahora Javier ya no estaba.

Sintió de nuevo que el llanto estallaba en su garganta y esta vez no pudo contenerlo: un profundo sollozo rompió el silencio de la tarde. Se detuvo un momento y esperó a que la emoción se fuera diluyendo dentro de sí. - Ya estoy llegando - se dijo. A poca distancia pudo divisar, contorneado contra el azul rojizo del cielo, la silueta de su árbol y apresuró el paso. Quería llegar cuanto antes. Quería abrazar el tronco que le unía a la tierra y a la vida y empaparse del aura que flotaba en el lugar, bajo la protección de los brazos de su mágico amigo. Ahora era lo único que le quedaba de él.

Había llegado.

El viejo algarrobo era el lugar elegido para dormir, por cientos de pajarillos de toda clase, los cuales a esa hora de la tarde se disponían a ello entre un griterío ensordecedor acompañado de un incesante batir de alas. - La vida sigue - pensó, y una leve sonrisa apareció en su rostro. Recordó como, en una ocasión, Javier había dicho: "juntos, todos dan gracias a la vida y todos solicitan la protección de las estrellas durante la noche; pero no lo hacen musitando, como nosotros, si no a voz en grito. Quieren asegurarse de que las plegarias lleguen a su destino", y se había reído con una carcajada alegre y vital, como era él .... (Ella siempre recordaba cuando en sus momentos tristes o de abatimiento llegaba él, la abrazaba fuerte contra su pecho y susurraba al oído "sonríe, que el mundo se ha quedado a oscuras" y soltaba una carcajada .... entonces todo se disolvía, como por encanto, y solo quedaban él y ella .......).

También se había reído alegremente aquella mañana ……
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- “Vamos, cariño, levántate. Son las ocho y hemos de tomar el Ferry de las once”.

Abrí un ojo, todavía medio dormida y miré el reloj. Marcaba las ocho menos cuatro minutos. Era tarde. La luz del sol empezaba a iluminar con fuerza la habitación …

- “Mientras te preparas, voy bajando el equipaje y colocándolo en el coche. Tienes café en la cocina. ¡venga perezosa!”.

Su voz sonaba jovial y llena de entusiasmo. Sonreí felizmente.

Habíamos decidido tomar unos dias de vacaciones en una isla cercana, casi deshabitada, lejos del ruido de la ciudad y del ritmo acelerado que ésta impone. Unas vacaciones relajantes en contacto con la naturaleza.

La carretera hasta el puerto trepaba por enormes acantilados colgada sobre el mar. Era una preciosa mañana de verano. El sol empezaba a mostrar su fuerza en lo que luego sería un caluroso dia de cielo límpido de azul y mar en calma. Una ligera brisa nos traía el salino olor del mar. Todo era tranquilidad. Nada hacía presagiar la desgracia.

Todo sucedió en un instante. El camión, antiguo, mal conservado y cargado de piedra procedente de una cantera cercana, había roto sus frenos unos minutos antes y no pudo tomar la curva sin invadir el carril por donde circulabamos. El impacto fue brutal y el coche fue desplazado contra los pretiles de piedra que delimitaban la carretera ….

Perdí el conocimiento un instante; cuando conseguí abrir los ojos me encontraba aprisionada contra el chasis y sentía un fuerte dolor en el pecho y en la pierna izquierda, que se encontraba atrapada entre los hierros. Busqué a Javier. El golpe había hecho desaparecer la puerta del coche y parte del asiento y de los anclajes del cinturón de seguridad, dejando el vehículo semivolcado lateralmente y suspendido en equilibrio precario sobre el acantilado. Javier se encontraba con la cabeza y parte del tórax dentro del habitáculo, asido a lo que quedaba del asiento y con el resto de su cuerpo pendiente sobre el vacío. Tenía sangre en la cara y en los brazos, pero estaba consciente.

El automovil, muy lentamente al principio, empezó a inclinarse hacia el precipicio. La posición del vehículo y el peso del cuerpo de Javier hacían que el desplazamiento fuese inevitable. Grité con todas mis fuerzas pidiendo socorro, pero nadie contestó a mi llamada. El vehículo seguía inclinandose lentamente …… sentí que ibamos a morir.

Javier me miró a los ojos. Fue una mirada serena, no había ningún atisbo de miedo, solo un gran, inmenso y profundo amor, como la primera vez que me besó bajo nuestro árbol: - “te amaré eternamente” – dijo.

Entonces se soltó.
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Sintió que las lágrimas empapaban sus mejillas al recordarlo. No era un llanto preñado de sollozos, de angustia o de rabia. Era un llanto dulce, como la lluvia cuando cae mansamente sobre los campos; no clama, ni arrasa, ni lucha; es el alma que se sublima y se desborda a través de las pupilas. No es de dolor porque ya no hay dolor. Ya no hay nada.

Habían pasado diez meses desde aquel aciago dia de verano y se encontraba igual que entonces: llena de un insondable vacío; habitante de un mundo que le era totalmente ajeno y al que no le ataba cosa alguna. Su familia y amigos habían, durante este tiempo, tratado de ayudarle de todas las formas posibles, pero todo había sido inútil. Ya no era mas que una sombra paseante aislada en su pasado.

Aquella mañana había decidido ir al único sitio en el mundo donde podría sentirse mas cerca de él. Allí habían sido felices, allí habían nacido como dos y se habían jurado su amor. Allí, bajo las ramas de su árbol, podría encontrar algo de paz ....

Sintió frio. Hacía ya un buen rato que se había hecho de noche y la oscuridad lo envolvía todo por doquier. La algarabía de los pajarillos había desaparecido y reinaba un profundo silencio. Se aproximó al tronco del árbol buscando refugio y al apoyar su mano sobre éste, una astilla se incrustó en la piel de su muñeca, produciendo una herida de la que empezó a manar un hilillo de sangre. Pero no le hizo caso; dejó que el surco rojo se deslizara hasta sus dedos y cayera sobre el suelo, como pequeños pétalos dispersos....

Una racha de brisa helada se deshizo en sus cabellos y sintió un escalofrío. Se acurrucó contra el árbol, como habían hecho los dos aquella tarde en que fueron sorprendidos por un fuerte aguacero y permanecieron abrazados, resguardados de la lluvia, al calor del tronco del algarrobo durante horas ....
La mano helada del viento volvía una y otra vez acariciando su piel. Las lágrimas se habían convertido en escarcha en sus mejillas y ya no podía sentir sus dedos, mientras la noche tejía una manta de hielo sobre su cuerpo. Se encogió, hecha un ovillo, en un hueco del tronco y sintió algo de calor reconfortante. Poco a poco, vencida por la emoción y el cansancio, fué quedándose dormida ....

No supo cuanto tiempo permaneció en ése estado, cuando se despertó sobresaltada. El viento había desaparecido y ya no tenía frío, ni miedo, ni angustia, sólo una inmensa paz; una paz y un silencio que todo lo inundaban. Seguía siendo de noche y la oscuridad poblaba el bosque, pero el árbol había cambiado: el tronco, las ramas y las hojas estaban ahora contorneados por un hilo de luz brillante que le daban un aspecto irreal; pudo ver los pajarillos, acurrucados en las ramas, inmóviles, radiantes de una luz que nacía en su interior, como si las estrellas se hubiesen colado dentro de ellos para iluminar el entorno. Miró sus manos y vió como éstas, así como el resto de su cuerpo y de su ropa tambien estaban contorneados por el hilo de luz intensa que lo iluminaba todo, pero que no molestaba sus pupilas. El camino que conducía hasta el árbol estaba ahora plagado en sus lindes por una hilera de infinitas pequeñas lucecitas como diminutas velas que lo hacían visible hasta el recodo, donde, a lo lejos, había aparecido una potente y cegadora luz blanca, circular, como un foco que estuviera apuntado hacia el árbol.

Entonces lo vió.

Al principio era sólo una figura que avanzaba por el camino, recortada contra la potente luz del fondo, pero, poco a poco pudo distinguir sus rasgos y facciones. Venía sonriendo, vestido de la misma forma que cuando se besaron bajo el árbol por primera vez; su cuerpo estaba también ribeteado de un hilo fino de luz y del interior de su pecho se irradiaba un sol pequeño que iluminaba todo su ser. No hablaba, pero ella podía oirlo y sentirlo.

Se acercó lentamente, la miró de la misma forma que ella recordaba la última vez, y le tendió la mano.

(- "Te amaré eternamente", había dicho.)

Ella asió su mano y toda la vida estalló de nuevo en su interior. Ahora estaba en paz. Cogidos de la mano, se encaminaron lentamente por el sendero hacia el foco del luz en el recodo.

Las luces del árbol fueron apagándose y, poco a poco, tambien las que iluminaban los bordes del sendero, a medida que ellos se alejaban.

De repente todo se hizo oscuridad.
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- “Vamos, cariño, levántate. Son las ocho y hemos de tomar el Ferry de las once”.

Abrió un ojo, todavía medio dormida, y miró el reloj. Marcaba las ocho menos cuatro minutos. La luz del sol empezaba a iluminar con fuerza la habitación.

- “Mientras te preparas, voy bajando el equipaje y colocándolo en el coche. Tienes café en la cocina. ¡venga perezosa!”.

Se sobresaltó y miró a su alrededor. Era su habitación, su casa. Todo parecía estar como siempre: la mesilla de noche, el reloj, los cuadros .... Entonces, ¿que había pasado?; ¿había sido un sueño?. No podía creerlo, le parecía imposible; había sido todo tan real .....

Un sentimiento de júbilo sacudió su cuerpo. Se levantó de un salto y fué corriendo a la ventana: Alli abajo, Javier estaba empezando a poner el equipaje dentro del coche, su coche, el de siempre, nada era diferente.

- "Javier"

- " Dime, cariño. ¿todavía no te has levantado?"

- " Javier, no quiero ir de viaje. Quiero quedarme aquí. Quiero que vayamos a ver a nuestro árbol".

Javier la miró con la incredulidad reflejada en el rostro, que poco a poco fué transformandose en asombro, y terminó estallando en una sonora carcajada.

Ella dejó la ventana y descalza y medio desnuda bajó los escalones de dos en dos, a toda prisa: "un sueño, ha sido un sueño. Una horrible pesadilla", pensó. Los sollozos rompieron su garganta y salió de la casa en tropel, casi en volandas y empapada en llanto, para estrellarse en su pecho. Le abrazó fuertemente, como nunca había hecho. No podía ni quería soltarse. Ahora ya todo había pasado.

Fué entonces cuando la vió.

Una pequeña astilla estaba incrustada bajo la piel de su muñeca y un fino reguero rojo, ahora ya seco, surcaba su mano hasta los dedos.

No era capaz de entender nada. Sintió que sus fuerzas desaparecían incapaces de sostener su cuerpo y se apretó mas fuerte contra él.

Lenta y dulcemente, Javier tomó su cara entre sus manos y ella pudo ver su mirada serena, sin miedo, con un gran, inmenso y profundo amor: - "te amaré eternamente", susurró.


(para Cristina, mi pequeña amiga, porque se lo había prometido)