31 de enero de 2013

Una noche de un verano

    
     Hubo una vez una noche como ésta, hace ya mucho tiempo - tanto que apenas puedo recordarlo y tan poco que aún no lo he olvidado – en la que, desde este mismo balcón y con este mismo paisaje, ví languidecer la tarde lentamente y encenderse las luces y la luna, para morir después y poco a poco, cuando el sol asomó con fuerza tras el mar en lontananza.
 
Fué una noche brillante de estrellas y viento en calma. De caminantes que alegres acudían a sus citas y volvían después, al romper el alba, repletos de música, amor y dulces besos. Todos los que entonces yo añoraba.

Cigarrillo a cigarrillo fui desgranando los minutos, uno a uno, con la minuciosa perfección de un relojero, y encadenando el dolor a los recuerdos y las lágrimas. Mi alma se fue rompiendo en cachitos cada vez mas pequeños hasta quedar reducida a un cuenco de polvo que podía volar con el aire a cualquier parte o quizás a ninguna.
 
El cansancio de una época difícil, de un dia ajetreado y una noche agotadora terminaron venciendo mi escasa resistencia y me quedé dormido cuando ya los madrugadores domingueros iniciaban sus tareas cotidianas.
 
Hoy he vuelto a recordarlo. No con la alegría de quien ha conseguido superar un trance amargo, ni tampoco con la tristeza de las inevitables pérdidas ocasionadas en la batalla por la vida, si no con la reflexión consciente y madura de que fué NECESARIO cruzar ese desierto para llegar a las pirámides.
 
Ahora, cuando veo que hay algunas personas, a las que quiero, que están atravesando sus propios desiertos, estepas o colinas, he querido dejar mi pequeña experiencia con un mensaje de esperanza: SÍ se puede.

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