4 de febrero de 2015

Recuperar el IVA soportado

En diversas ocasiones me había planteado, cuando estoy de viaje por la Peninsula y compro alguna cosa de valor, en la posibilidad de recuperar el IVA soportado en dichas compras a cambio de liquidar el IGIC, al llegar a Canarias. Pero nunca me había puesto a hacerlo.
Alguna vez, y de forma esporádica, estuve brujuleando por internet, acerca de este tema y lo que encontré, fue una cantidad enorme de confusión y oscurantismo; de múltiples y diversas opiniones de todo orden, incluso contradictorias.

Así que, aprovechando la reciente compra de una tablet en Málaga, me decidí a comprobar que pasaba, y he aquí todo el proceso:


Qué se necesita para poder deducir el IVA:

Básicamente dos cosas: 1) la compra debe estar soportada en una factura legalmente aceptable, es decir, emitida a tu nombre, con tu NIF, y tu dirección postal en Canarias, con la fecha de la compra y la descripción de los bienes adquiridos, y en la cual los importes correspondientes a la Base, IVA y Total, deberán estar bien diferenciados.

2) Además de esto, solo podrá deducirse el IVA de compras superiores a 90,16 euros (las inferiores, le reclamas al Maestro Armero).

Es muy recomendable, que Establecimiento en que efectuemos la compra, sea informado de que somos residentes en Canarias, y que vamos a proceder a solicitar la devolución del IVA al llegar a las islas, ya que es dicho Establecimiento quien tendrá que enviarnos el importe del IVA a devolver, una vez que le remitamos la documentación como veremos.

No todos las Tiendas en la Peninsula están al cabo de la calle de la normativa en cuanto al Regimen Fiscal Especial de la Islas Canarias, Ceuta y Melilla.


Procedimiento:

1.- Voy a El Corte Ingles (esta gente tiene mucha experiencia en este tema) y  compro mi tablet, la pago con una tarjeta de crédito y me dan un ticket normal de una registradora. Le digo al dependiente que vivo en Canarias y quiero deducir el IVA. Me remite al Dep. de Atención al Cliente. Allí me piden el DNI (para hacerme la fra.) y me preguntan si quiero que me abonen el IVA en la misma tarjeta con la que efectué el pago (en otro caso me enviaría un cheque a mi casa). Me entregan un documento preparado para la liquidación con el Gobierno Canario y que contiene los datos que menciono anteriormente, metido dentro de un sobre franqueado a nombre del El Corte Ingles para que se lo remita en cuanto lo tenga sellado en Canarias.

2.- Llego a Fuerteventura. Me dirijo a la Agencia Tributaria Canaria, que está en calle Primero de Mayo, al lado de la Universidad Popular. No hay que coger el numerito en la entrada. Me encamino al mostrador del fondo, pregunto por Gloria …..

Documentación que hay que aportar:

-             - Fotocopia de DNI
-           - Fotocopia de la tarjeta de embarque (o reserva confirmada de internet o similar) Peninsula-Canarias, en la    que figure tu nombre y cuya fecha esté en el rango de la fecha de la factura de compra (es decir si has          comprado algo en Enero, no te vale una tarjeta de embarque de Julio, a menos que puedas demostrar el        motivo del retraso)
-            - Factura legal del bien comprado, con su desglose de IVA, sellada por el Establecimiento vendedor.

3.- Alli, en la Agencia tributaria, preparan la liquidación del IGIC a pagar (Modelo 040) y el correspondiente “Documento de Pago” (Modelo 032). Ellos lo rellenan todo y me entregan solamente el “Documento de Pago” (original y copia) el cual llevo a un banco cualquiera y pago el IGIC, volviendo a continuación a la Agencia Tributaria Canaria, donde, una vez que comprueban el el “docuemnto de pago” está sellado por el Banco, me entregan la factura del El Corte Ingles Inglés sellada por este Organismo Autonómico, para su envío al Establecimiento vendedor y posterior abono en mi Tarjeta de Crédito. Asimismo me entregan copia del resto de los papeles presentados.

El plazo para hacer todo esto es de TRES MESES.

He leído por ahí que era necesario presentar el artículo comprado, a mi no me lo pidieron en ningún momento.


El IVA general está al 21 % y el IGIC general está al 7 % … la diferencia puede ser importante.

14 de junio de 2013

Colores



... el séptimo dia el Señor descansó contemplando su obra y meditando: "he creado un mundo de claroscuros y tonos grises", pensó. 
Entonces envió al Angel de la Primavera a pintar . . . . de azul, los claros cielos de Andalucía . . . de amarillo, las flores que alfombran los campos . . . el rojo para las amapolas y el atardecer cuando el sol ya se ha ocultado tras la última montaña, . . . y el verde para los ojos de Nieves . . . .

3 de mayo de 2013

Una rosa roja a la orilla del mar


En el atardecer,
una rosa roja a la orilla del mar deja una huella
indeleble en el tiempo
como el brillo del relámpago que permanece en las pupilas,
aún después que su fulgor se haya extinguido.
 

 

En el atardecer,
una rosa roja a la orilla del mar es un jardín de fuego
en el desierto,
una fuente de luz en la noche,
una mirada que se pierde en las estrellas,
una caricia de sangre que dormita en la arena ....

21 de abril de 2013

Escribir sobre tu piel



Escribir con besos húmedos y pétalos de rosa,
con bolígrafos de piel  y dedos temblorosos,
con aromas de café y ron caliente.


Escribir con lágrimas del alma, con risas en los ojos.
Escribir la historia de los dias, de las horas ....
de los sueños olvidados que se pierden en el tiempo
como humo de cigarro.
Escribir de la soledad y la esperanza.
Escribir de ti, de mi, de la vida ......

31 de enero de 2013

Una noche de un verano

    
     Hubo una vez una noche como ésta, hace ya mucho tiempo - tanto que apenas puedo recordarlo y tan poco que aún no lo he olvidado – en la que, desde este mismo balcón y con este mismo paisaje, ví languidecer la tarde lentamente y encenderse las luces y la luna, para morir después y poco a poco, cuando el sol asomó con fuerza tras el mar en lontananza.
 
Fué una noche brillante de estrellas y viento en calma. De caminantes que alegres acudían a sus citas y volvían después, al romper el alba, repletos de música, amor y dulces besos. Todos los que entonces yo añoraba.

Cigarrillo a cigarrillo fui desgranando los minutos, uno a uno, con la minuciosa perfección de un relojero, y encadenando el dolor a los recuerdos y las lágrimas. Mi alma se fue rompiendo en cachitos cada vez mas pequeños hasta quedar reducida a un cuenco de polvo que podía volar con el aire a cualquier parte o quizás a ninguna.
 
El cansancio de una época difícil, de un dia ajetreado y una noche agotadora terminaron venciendo mi escasa resistencia y me quedé dormido cuando ya los madrugadores domingueros iniciaban sus tareas cotidianas.
 
Hoy he vuelto a recordarlo. No con la alegría de quien ha conseguido superar un trance amargo, ni tampoco con la tristeza de las inevitables pérdidas ocasionadas en la batalla por la vida, si no con la reflexión consciente y madura de que fué NECESARIO cruzar ese desierto para llegar a las pirámides.
 
Ahora, cuando veo que hay algunas personas, a las que quiero, que están atravesando sus propios desiertos, estepas o colinas, he querido dejar mi pequeña experiencia con un mensaje de esperanza: SÍ se puede.

20 de diciembre de 2012

Un milagro en Navidad



     Introdujo despacio la llave en la puerta de su piso, situado en una zona residencial del centro de Madrid y accedió al vestíbulo cerrando la puerta tras de sí. Una luz difusa iluminaba la estancia, se despojó del guante de la mano derecha y apoyó el dedo índice en el lector de huellas de la central de seguridad: "Bienvenido Sr. Almansa"; sonó un click de bloqueo de la puerta de entrada y la vivienda se inundó de luz mientras suavemente una Sonata de Paganini apagaba el silencio de la casa. Se despojó del abrigo, los guantes y la bufanda que dejó en un perchero y entró en el salón. El ambiente era cálido, limpio y ligeramente perfumado.

"Acogedor y confortable", pensó.

     Estaba cansado y decidió darse una ducha relajante. Dejó el portafolios encima de un sofá y se dirigió al dormitorio.

     La fuerte presión del agua caliente sobre la piel le sentó bien. Se vistió con ropa cómoda que permitía la libertad de movimientos y puso en marcha la enorme pantalla de TV del salón. Su Majestad el Rey estaba dando el discurso de Navidad a todos los ciudadanos. Era Nochebuena.

     Entró en la cocina. Marta, su asistenta, le había dejado preparada la cena: unos entremeses a base de pescados ahumados,  jamón y embutidos de cerdo ibérico, una bandeja con dátiles con queso -su preferido- y una pieza de solomillo wellington; todo impecablemente presentado y con las consabidas notas de Marta: "calentar en el microondas 10 min a potencia media. En el frigorífico hay salsa roquefort, salsa de manzana y membrillo. He hecho un postre a base de helado, con chocolate caliente que está en el congelador; si lo va a utilizar, calentar el chocolate, ya preparado ........... "etc. etc. y finalizando con "D. Zacarías, que tenga Vd. una Feliz Nochebuena. Volveré el dia 26. Marta".

     No tenía mucha hambre, por lo que se dirigió a la pequeña bodega climatizada, adosada a la cocina y abrió una botella de Viña Ardanza del 64. Se sirvió una copa, tomó un dátil de la bandeja -"algún dia tengo que ir a Egipto"-, pensó, y llevó el vino y los entremeses para el salón.

     El Rey estaba finalizando su discurso, pero él no prestaba atención. Se encontaba absorto en sus pensamientos: ¡Nochebuena! ..... mientras en todo el pais, millones de familias comparten sus vidas, su calor y sus vivencias en torno a una mesa, él estaba allí sólo. Sólo, como siempre desde que Alicia le dejó hacía ya doce años. 

     Se habían conocido en la Universidad, ella estudiaba Derecho y él Filosofía y se habían hecho inseparables desde el principio. Cuando terminaron la carrera Alicia empezó a trabajar de pasante en un despacho de abogados y él se quedó de profesor adjunto en la Universidad, mientras preparaba sus estudios de postgrado y presentaba su tesis sobre "La Literatura en la España musulmana".  Poco tiempo después decidían casarse.

     Por aquel entonces él empezaba a trabajar en una pequeña editorial de ámbito regional, especializada en literatura para jóvenes, y le iba bastante bien: tras un primer período de asentamiento, aprendizaje y arduo trabajo, había conseguido, gracias a su olfato y buena intuición, captar un grupo de escritores noveles con ambición y capacidad creativa lo que condujo, en el período de dos años, al notorio incremento del número de ediciones y de ventas y que le había servido para su promoción a la Subdirección y posterior Dirección de la editorial.

     En el ámbito personal las cosas no funcionaron tan bien. La dedicación intensiva a su vida profesional le había ocupado todo el tiempo y el esfuerzo, en detrimento de su vínculo con Alicia que, poco a poco, se fué deteriorando hasta convertirse en una simple relación de convivencia, mas o menos cordial.

     Al principio, Alicia trató de llamar su atención sobre el problema y de reconducir los acontecimientos de forma favorable, pero él no no estaba en la misma sintonía y no pudo, o no supo, entender los argumentos, y poco a poco se fueron distanciando.  Asi que, un buen dia, cuando volvían de una cena organizada para celebrar un nuevo record anual de ventas, Alicia le dijo que se marchaba de casa. Tres meses después estaban divorciados.

     Por aquel tiempo la Editorial SineLinea , tercera en el ranking nacional, se había puesto en contacto con él para ofrecerle el cargo de Jefe del departamento de Nuevos Valores, en unas condiciones personales y profesionales como no podía ni imaginar: la Editorial quería potenciar la búsqueda y contratación de nuevos escritores y estaba dispuesta a poner todos los medios para ello. Aceptó sin pensarlo dos veces.

       Escanció la ultima copa de la botella de vino y dió un largo sorbo. De aquello hacía ya once años.

     El trabajo había sido muy duro desde entonces: rodeado de un escogido equipo de jovenes, trabajadores, fieles y ambiciosos, impulsó la captación de nuevos talentos y de nuevas secciones en la publicación: se incrementaron las ediciones, las ventas y el prestigio de la Editorial. Al tercer año fué nombrado Director General, cargo que ocuparía durante los seis años siguientes, promoviendo nuevas Divisiones dentro del conglomerado de negocios: primero fué el Cine, luego las áreas de investigación, literaria, cientifica y ultimamente famaceutica; la absorción de otras Editoriales en Sudamérica y del sur de Europa .... en fin, convirtió a Editorial SineLinea en la segunda en el ranking nacional y primera en el mercado exterior. 

     Ahora, con 38 años, era Vicepresidente del Grupo de Empresas. Todo un éxito que ni el mismo podía haber soñado cuando era un pobre universitario en espera de una oportunidad en la vida.

     Pero allí estaba en Nochebuena, sólo, como todas las noches. Infinitamente sólo. Como siempre.

     Se levantó y se dirigió al bar sirviéndose una generosa ración de Glenfiddich, sin hielo y sin soda, como recordaba de las Highlands, y dió un ligero sorbo.

     A lo largo de todos aquellos años, desde que se separó de Alicia, no había vuelto a amar a una mujer. Claro que había tenido sus aventuras. De todas clases. El era un hombre joven, bien parecido, socialmente bien situado, con dinero y poder, es decir un valor en alza, pero estaba casado con su profesión y su trabajo y el amor no había tenido espacio en su vida.

     Desde hacía algún tiempo se preguntaba si todo aquello había valido la pena y si el esfuerzo y dedicación para el éxito compensaban una vida vacía de sentimientos y afectos; algo que especialmente se notaba en una noche como ésta, cuando la soledad se hace mas profunda y oscura, lejos del calor familiar que mitigue y suavice las espinas encontradas a lo largo del camino.

      Entonces se acordó del "peregrino". 

     Había sucedido por la mañana. En medio de todas las llamadas de teléfono con felicitaciones y buenos deseos navideños, una secretaria le había comunicado que un 'señor' insistía en verle desde hacía dos horas, y que a pesar de las reiteradas negativas por su parte persistía en la demanda.

     Normalmente no le habría recibido, pero Beatriz, la perfecta e insustituible Beatriz, su ayudante, entró en el despacho diciéndole: "deberías verle. Es un ..... ¡peregrino!". Con lo que accedió a la entrevista.

     - "Buenos dias, Sr. Almansa, mi nombre es Yibrail Legnacra y vengo desde Umm Quais, una pequeña ciudad en Jordania, para verle a Vd."

     Su voz sonaba dulce y serena, pero firme. Era un hombre joven, alto y bastante delgado, de largos cabellos muy rubios que caían sobre los hombros. Vestía (Beatriz lo había descrito a la perfección) como un peregrino que hubiese recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Una especie de abrigo oscuro de piel basta, forrado de lana y confeccionado a mano, cubría todo su cuerpo hasta los pies; estaba viejo y ajado por el tiempo y el uso. Las botas y el sombrero de ala ancha, del mismo color que el abrigo y probablemente del mismo material, se encontraban en un estado lamentable debido al uso y a las inclemencias del tiempo. En la mano derecha llevaba una larga vara de roble de las utilizadas por los caminantes, y en la izquierda un pequeño paquete forrado con papel de periódico.

     Pero lo mas destacable era su rostro. Poseía la perfección, la serenidad y la belleza de la Grecia clásica: una barba rubia, de varias semanas, cubría parte de su faz y sus ojos de un azul profundamente límpido, como no recordaba en los dias mas claros del Sur, expresaban una inmensa bondad. Todo en él inspiraba paz y confianza.

     - "He venido a traerle un cuento. Un cuento de Navidad. No es muy extenso.
     Tengo el convencimiento de que Vd. no lo publicará, pero le prometo que si Vd. lo lee, será  historia mas hermosa que Vd. haya leído jamás".

     Sonaba absolutamente convincente.

     - "Bien, y ¿cómo puedo ponerme en contacto con Vd.?"

     - "Ah, no se preocupe. Volveremos a vernos".

     Dió media vuelta y se marchó.

     Sonrió acordándose de la escena. "Extraño individuo", pensó. Bebió un nuevo sorbo de whisky y extrajo de su portafolio el paquete que le había entregado "el peregrino".

     Era un envoltorio en papel de periódico escrito en árabe, procedente de Jordania o Palestina, según dedujo, atado en forma de cruz por una delgada cuerda de esparto. Estaba sucio y arrugado de forma que parte del texto era ilegible, probablemente debido a la humedad, el polvo y el trasiego entre las manos.

     Cogió del portafolios una pequeña navaja y cortó las cuerdas, deshaciendo el paquete y extrayendo el contenido.

     Eran unos cuantos folios de papel amarillento y basto, mecanografiados a una sola cara mediante una máquina de escribir mecánica y muy antigua, a juzgar por la tipografía, y numerados del 1/84 al 84/84. Su estado era acorde con el envoltorio: sucios y arrugados, pero legibles.

     El vino y el licor empezaban a hacer su efecto y notó cierta somnolencia, pero sentía una gran curiosidad. No podía olvidar las palabras del peregrino: "  ...si Vd. lo lee, será  historia mas hermosa que Vd. haya leído jamás", así que decidió salir de dudas y cogió el primer folio.

     "Un milagro en Navidad" by Yibrail Legnacra.

     "La historia se situaba en el Reino de Judá durante la dominación romana y el reinado de Herodes I el Grande, sobre los años 15-20 A.C., y narraba la vida de Elisabet, única hija de Aaron, un humilde campesino de una aldea próxima a Jerusalen.


     La infancia de Elisabet había transcurrido felizmente dentro de un hogar basado en la honestidad, al amor y la bondad, ayudando a sus progenitores en las labores domésticas y del campo, e impregnando su alma de los rayos de sol escabullidos entre las ramas de los árboles en la primavera, mientras apacentaba las ovejas, o iluminando sus ojos con el dorado color de la lumbre en el lar, durante las frias tardes del invierno.


     A medida que iba avanzando en su pubertad, y su cuerpo y su mente iban abriéndose a la vida, fué sintiéndose mas unida a su padre. Existía una comunicación mágica entre ellos que no sabría explicar pero que la hacía sentirse segura. Todo era fácil a su lado y siempre tenía la respuesta oportuna y convincente.


     Su padre era un hombre temeroso de Dios, humilde y sin preparación académica, pero era un sabio; con esa especial sabiduría que da la vida y el contacto con la naturaleza, tras años de observar y aprender a leer entre los renglones escritos por Dios. El siempre decía: "hay que orar a Dios, pero cada uno debe hacer su trabajo", o "nada de lo que consigas sin esfuerzo valdrá la pena; hay que luchar por lo que quieres, las cosas realmente importantes de la vida solo se logran con trabajo, dedicación y fé en Dios".


     Tenía un elevado concepto de la honestidad y la justicia, por lo que era requerido por otros campesinos y vecinos de la zona como mediador en las disputas originadas por la convivencia, el agua o las lindes, dado lo razonable y justo de sus opiniones. Ella siempre recordaba la frase de su padre: "la bondad y la justicia son los únicos remos de que el hombre dispone para mantener la barca a flote, en el turbulento rio de la vida".


     Pero lo que Elisabet mas admiraba en su padre era la comprensión. Su empatía. La capacidad de situarse en lugar de otra persona para entender el origen del problema o de la angustia.


     En cierta ocasión, cuando Elisabet estaba cercana a cumplir los dieciseis años, y había salido a cuidar de las ovejas en el bosque cercano a su casa, tuvo una experiencia que marcaría toda su vida:


     Cuando Elisabet se encargaba del pastoreo de las ovejas, y dado que éste trabajo no requería demasiada concentración y esfuerzo, aprovechaba para dejar volar su imaginación, como cualquier joven de su edad, y se veía como una princesa en un pais lleno de palmeras y vegetación, surcado por riachuelos de aguas frescas y tranquilas, en cuyas orillas gentes felices, como su padre, cultivaban la tierra y apacentaban el ganado, mientras entonaban alegres canciones de amor. Y un buen dia llegaba a su palacio un joven viajero, alto, rubio y muy atractivo, procedente de tierras lejanas, que al verla se prendaba de ella y, rodilla en tierra, tomando su mano, le confesaba su amor, fundiéndose en un beso interminable. Su padre le había dicho en una ocasión: "Espera. Deja al tiempo hacer su trabajo. Un día parecerá un buen hombre en tu vida, te enamorarás y serás muy feliz".


     En estos menesteres, apoyada en un olivo milenario, estaba aquella cálida tarde de primavera cuando, poco a poco y sin percatarse, fué abandonándose al sueño.


     Cuando despertó, el sol se había ocultado tras la última montaña y la oscuridad empezaba a desparramarse por el entorno. Todavía medio dormida, en esa duermevela que precede al despertar, (o quizás no, nunca lo supo con certeza), vió una luz brillante en el cielo, como una estrella fugaz, que velozmente se fué acercando hacia donde ella se encontraba, yendose a detener a escasos metros del viejo olivo. Todo había sucedido en escasos segundos. La luz fué disminuyendo la intensidad y pudo ver la figura de un hombre que portaba una pequeña caja en su mano izquierda, de la que manaba una ligera luz. El hombre la miraba fija y dulcemente y sonreía. Era hermoso, tenía el cabello corto y vestía extrañas ropas brillantes, como ella nunca había visto antes. Ninguno de los dos pronunciaba palabra, pero podían entenderse.  El extraño ser se aproximó, la tomó de sus manos y la puso en pié. Ella estaba hechizada, no podía controlar la temblorosa emoción que recorría su cuerpo; entonces él tomó su cara con ambas manos y la besó larga y dulcemente. Creyó que iba a desmayarse. El dijo: "Siempre estaré a tu lado. Te amo y volveré a por tí".


     La luz que rodeaba al hombre fué aumentado de intensidad hasta volverse cegadora y ocultar su figura. Entonces desapareció.


     Sus piernas no pudieron soportar la tensión y cayó de rodillas, apoyándose en el árbol. No podía saber si había sido un sueño real o una realidad onírica, dado que aún podía sentir el calor de sus manos y la dulce ternura de sus labios, pero nunca había experimentado una sensación igual, una especie de energía emocional que nacía en el estómago y recorría todo su cuerpo tembloroso. Cuando consiguió recuperar las fuerzas, se levantó y a toda velocidad salió corriendo hacia su casa. Se encerró en su habitación y rompió en sollozos profundos, de los que nacen del alma; sollozos de alegría, emoción y temor a lo ignorado."


     Zacarías estaba embelesado. Como había anunciado el peregrino, nunca había leído una historia mas hermosa. Pero no sólo por el argumento, si no por la descriptiva: tenía la sensación de que la obra no había sido escrita para ser leída, si no para ser 'sentida'; no era una concatenación de palabras y frases de forma perfecta, si no de sensaciones, de flashes que te sumergían en el texto, de forma que 'podías' tocar el tronco rugoso de los árboles, 'sentir' el calor del sol sobre la piel y 'ver' las estrellas rutilantes en el oscuro y plácido mar de los ojos de Elisabet.

     Pero él se sentía cansado. Había sido un dia ajetreado y sus párpados empezaban a pugnar por cerrarse; mas su espíritu estaba excitado, hiperestésico. Ahora no podía ni quería parar.

     Se sirvió una nueva ración de Glenfiddich y tomó un sorbo lentamente. El whisky avivó momentaneamente sus sentidos y decidió proseguir con la lectura.


     "En los dias que siguieron a su extraordinaria experiencia, Elisabet se sintió como un ser extraño, como un fantasma: no caminaba, flotaba en el aire; realizaba sus tareas como un autómata; sus pies estaban en la tierra, pero su alma se hallaba vagando por el espacio ignoto; dejó de comer y apenas podía dormir por la noche .... Le amaba, no sabía cómo ni por qué, ya que ella no había amado nunca antes, pero sentía que le amaba. Lo supo desde el primer momento que le vió y la tomó en sus brazos, pero tuvo toda la certeza cuando le dejó ver su alma dulcemente dibujada en el beso: "así quiero estar siempre. Con él, mi Caballero de la Estrella".


     Su actitud no podía pasar desapercibida, así que, pocos dias después, su padre se sentó con ella una tarde, le cogió las manos y la miró tiernamente:


     - ¿Que te aflige?, preguntó.


     No era la actitud, el tono y la mirada de un padre solamente, si no la de un amigo. Un viejo y sabio amigo que te quiere y cree en tí.


     Elisabet se refugió en sus brazos y rompió a llorar. El padre acarició suavemente sus cabellos, de esa manera como sólo un padre sabe hacerlo, y ella se sintió protegida y confortada. A continuación, entre gemidos entrecortados, procedió con detalle al relato de la historia.


     Cuando hubo terminado el padre permaneció un rato en silencio reflexivo. Entonces sonrió y le dijo:


     "Nunca sabemos cuáles son los designios de Dios para cada uno de nosotros, pero no debemos asustarnos ni afligirnos por ello, si no que debemos aceptarlos con serenidad, porque El, mejor que nadie, nos conoce y nada malo puede desearnos, si no al contrario, aunque no siempre entendamos las situaciones que se nos presentan en la vida. Este sueño tambien forma parte de la obra de Dios.

Y los sueños, cuando creemos en ellos desde lo mas intimo de nuestro ser y nos mantenemos firmes en nuestro camino, tambien se cumplen."


     A partir de ese dia, y lentamente, la vida de Elisabet fué volviendo a la normalidad, no obstante, aprovechaba cada momento libre de que disponía, para correr hasta el bosque provista de una pequeña lamparita de aceite que encendía al pié del viejo olivo. El había dicho "volveré a por tí" y ésta era su manera de decirle que allí estaba, que le esperaba.


     Pero los acontecimientos en el reino empezaron a suceder de forma acelerada. Un dia llegó su padre a casa con el semblante serio y preocupado y anunció a su familia que el viejo rey Herodes I había muerto, siendo sustituido por su hijo Arquelao, con el refrendo del Emperador  Cesar Augusto. 


     "Debemos estar preparados", había dicho su padre. La fama de Arquelao le precedía: Cruel y despiadado, nepotista y ambicioso, su mejor forma de razonamiento era el recurso a la violencia. "Se avecinan malos tiempos para el pueblo", había continuado su padre con voz triste. A partir de entonces ya nunca volvió a ser el mismo. Había perdido su buen humor y alegría y estaba todo el tiempo con aire meditativo y la mirada perdida, preñada de oscuros presagios.


     Seis meses mas tarde, cuando Elisabet se encontraba en la puerta de su casa cogiendo leña para el fuego,  apareció un señor a caballo, ricamente vestido y acompañado de cinco o seis lacayos, todos ellos armados. Era un hombre de unos 50 años, de mirada torva y lasciva y el aire prepotente de quien está acostumbrado a ordenar y ser obedecido.


     "Tú debes ser Elisabet. ¡cómo has crecido!", dijo tomándola de un brazo y mirándola de forma descarada a los pechos. "Vengo a ver a Aaron, el granjero".


     Según les dijo su padre posteriormente, éste señor se llamaba Yehudá Ben Yoezer y era un adinerado comerciante de Jerusalen, miembro del Sanedrin y amigo personal de Shammai, el Av Beit Din del Sanedrín, es decir el máximo responsable de la impartición de justicia del mas alto tribunal. Había venido a verle porque estaba intentado copar todos los excedentes de producción de las granjas de Judea, para venderlos en los mercados de Jerusalen y otras ciudades importantes. 


     Ben Yoezer sabía de la influencia que Aaron ejercía sobre el campesinado de la región y entendía que si podía convencer a éste, tenía muchas posibilidades de que el resto de los granjeros siguieran su ejemplo. Pero Aaron se había negado, aduciendo que él llevaría sus productos al mercado como había hecho siempre a lo largo de generaciones. Ben Yoezer se había enfadado mucho -Elisabet le oía gritar desde su cuarto- y se había marchado recordando a su padre que él era un hombre rico y poderoso, miembro de la mas alta escala social del pais, y que su negativa a complacerle le traería consecuencias.


     Aquella noche su padre abandonó la casa en silencio, volviendo cuando ya el sol empezaba a despuntar sobre las montañas. Estas salidas nocturnas y misteriosas, continuarían produciendose cada vez con mayor frecuencia a lo largo de los próximos meses.


     Mientras tanto el caos empezaba a asentarse en la zona: varios granjeros habían sufrido incendios en sus cosechas, robos de ganado y dos habían muerto en extrañas circunstancias. Nadie sabía quienes eran los autores, aunque todo el mundo lo sospechaba. Tambien en las ciudades se habían producido saqueos, robos e infinidad de muertes entre los opositores al etnarca Herodes Arquelao. El descontento y el temor se adueñaban de Judea.


     Una noche, cuando su padre se estaba preparando para salir las llamó a ambas y les dijo:


     - "Preparaos, porque la semana que viene debereis partir de aquí hacia el puerto de Jafra. Coged lo imprescindible y yo me uniré a vosotras lo antes posible. La situación ya es insostenible y ésta es la mejor solución.

     Un día el hombre será libre, no solo para decidir su destino, si no de pensamiento. Pero ésto no se conseguirá sin luchar. Y ahora es el momento de la lucha. Que Dios nos proteja".



     Los malos augurios de Aaron se cumplieron y, cuando amanecía al dia siguiente, un campesino de una aldea cercana llegó corriendo a su casa balbuceando la peores noticias. Su padre había muerto.

Nunca se enteró muy bien de lo sucedido, ... una reunión clandestina con otros granjeros, llegaron los soldados, hubo una refriega ..... y todos los participantes habían muerto y sus cuerpos arrojados a una gran hoguera.


     Elisabet estaba aún abrazada a su madre llorando desconsoladamente, cuando un grupo de soldados irrumpió en su casa de forma violenta y, a empujones, fueron introducidas en un carro, llevadas a la prisión del Sanedrin y encerradas en celdas separadas.


     La cárcel, oscura y húmeda, olía a humanidad. Otras veinte o treinta reclusas se apiñaban en un espacio insuficiente para el número de detenidas. El ambiente era de desolación y desamparo. Allí permanecería encerrada durante los próximos 85 dias.


     Al principio se hundió en la mas honda desesperación. Se sentía perdida y abandonada a su suerte, no podía comer y estaba todo el dia llorando compungidamente, acurrucada en un rincón. Entonces recordó las palabras de su padre -"hay que luchar"- y poco a poco fué sobreponiendose y aceptando su desdicha -"Lucharé por mi vida. Lucharé por mi padre. Lucharé por mi Caballero de la Estrella"- se juró.


     Un día se abrió la puerta de la celda y entró un grupo de soldados. La asieron de los brazos,  la sacaron del recinto y fué llevada hasta la salida de la cárcel. Allí estaba su madre. Las subieron a un carro y, escoltadas por lacayos, fueron conducidas a la casa de Yehudá Ben Yoezer, el comerciante de Jerusalen.


     Elisabet no había vuelto a ver a su madre desde el dia en que les comunicaron la muerte de su padre, y comprobó que su estado era lamentable: parecía un esqueleto viviente, apenas podía andar y tenía un ojo amoratado que ya no conseguía abrir; su cuerpo estaba tumefacto a consecuencia de las palizas y hablaba con gran dificultad. Por ella se enteró de que, a lo largo del período de internamiento, había sido interrogada en varias ocasiones por una especie de jefe de policía y dos matones encargados de propinarle golpes hasta perder el conocimiento. Al parecer su padre había sido acusado de conspiración para derrocar al Etnarca y ellas, Elisabeth y su madre, eran consideradas cómplices. El interrogatorio pretendía obtener información del alcance y estructura del complot.


     Durante tiempo que duró el encierro, la madre de Elisabet había tenido dos visitas de Ben Yoezer. En la primera le había dicho:


     -"Mira, tu marido ha muerto. ¿Que vais a hacer dos mujeres solas en la granja?. Yo puedo sacaros de aquí y llevaros a mi casa a cambio de que me cedas tus tierras".


     Su madre se había negado. "Somos inocentes", había dicho.


     En la segunda visita, Ben Yoezer había sido mas expeditivo:


     -"El asunto es grave. Estais acusadas de complicidad en una traición y el resultado puede ser la muerte. Hasta ahora, gracias a mi intervención, tu hija no ha sido interrogada, pero lo será si prosigues en tu negativa; y todos los los sufrimientos que has pasado no serán nada comparados a los suyos, será violada, torturada y mutilada. Yo puedo evitarlo, sólo tienes que dar tu consentimiento y estareis en mi casa con un lecho y alimento, libres y a salvo. Esta es tu última oportunidad".

      En esta ocasión su madre había accedido, aunque ya demasiado tarde para ella.


     Aún no llevaban un mes viviendo en casa de Ben Yozer, cuando, una noche, Elisabet sintió la débil llamada de su madre. Se moría. Elisabet la tomó con cuido en sus brazos y la apretó dulcemente contra su pecho: "te quiero, hija". Y falleció.


     Desde que habían llegado a la casa de Ben Yoezer, Elisabet se percató de inmediato de las intenciones de éste: él no quería una sirviente, quería una concubina. Por eso la había preservado de las torturas; la quería joven y explendidamente hermosa, como ella era. Al principio la actitud de Ben Yoezer había sido atenta y solícita; la espiaba y seguía por las dependencias de la casa entre sonrisas y palabras amables. Luego vinieron los regalos, las atenciones personales, los vestidos y los perfumes; sin embargo Elisabet siempre huía de él, se iba corriendo y rechazaba los regalos; pero desde la muerte de su madre sus modales habían cambiado: ahora eran mas secos, firmes y amenazantes. Un dia le dijo: -"si no accedes a mis pretensiones, terminarás volviendo al sitio de donde saliste". No obstante Elisabet continuó en su tónica de firmeza y trato correcto sin concesiones.


     Aquella noche Ben Yoezer daba una cena en su casa para algunos de sus amigos, y Elisabet había sido designada para servir el vino. Eran seis hombres. Elisabet pudo reconocer al Av Beit Din y supuso que los demás eran otros miembros del Sanedrin o banqueros y hombres de negocio de Jerusalen. La cena estuvo en consonancia a la categoria social de los comensales y al final de la misma todos estaban un poco borrachos. En un momento, cuando Elisabet se inclinaba para servir el vino, Ben Yoezer trató de abrazarla y sentarla en su regazo. Sus amigos se rieron. Elisabet forcejeó para zafarse del abrazo y en la lucha derramó el vino de la jarra sobre las ropas de Ben Yoezer. Sus amigos se rieron mas estruendosamente aún: "ja ja ja Yehudá, ¿cómo vas a manejar tus negocios si eres incapaz de controlar a una sierva?". Ben Yoezer, abochornado ante sus invitados; montó en cólera y se dirigió hacia Elisabet tomandola del cuello del vestido: de un fuerte tirón desgarró la ropa y dejó su pecho al descubierto. Elisabet se defendió instintivamente, levantó la jarra de barro y la rompió en el rostro de Ben Yoezer, huyendo a continuación, mientras seguía oyendo las carcajadas de los contertulios.


     Corrió. Corrió todo lo velozmente que le permitieron sus piernas, aunque no supo hacia donde ni durante cuanto tiempo.


     Cuando ya exhausta y a punto de desmayarse detuvo su paso, se percató que había llegado a su aldea y estaba cerca del bosquecillo donde -le parecía que había pasado una eternidad- antes apacentaba sus ovejas.


     Se dirigió al olivo milenario, cayó de rodillas y lloró amargamente. Dios la había abandonado. Se acordó de su padre -"nunca sabemos cuales son los designios de Dios, para con nosotros .... y los sueños, cuando creemos en ellos, tambien se cumplen"-. Buscó entre los matrorrales y encontró la lamparilla de aceite donde la había escondido. La encendió y, mirando al cielo, oró con toda la fuerza de su ser: "Dios mío dame fuerzas. Mi Caballero de la Estrella, aquí estoy, aquí te espero, no me abandones".


     En esa posición se encontraba cuando fué detenida, al dia siguiente, por los soldados y conducida de nuevo a la prisión del Sanedrin.


     Esta vez la celda no era compartida. El olor, la humedad y la tristeza del ambiente eran las mismas, pero ahora estaba sola. Así permaneció durante cuatro dias; al quinto fué llevada a la presencia del Gran Tribunal de Justicia.


     La Sala del Tribunal era un local amplio, prácticamente sin decoración alguna, si exceptuamos varias antorchas adosadas a las paredes, que proporcionaban iluminacion excasa, pero suficiente, para la celebración de las vistas. En la pared frontal respecto de la entrada al recinto, sobre una tarima de madera de unos 70 centimetros, se hallaba una mesa larga ocupada por los jueces. Enfrente de éstos y a unos diez metros empezaba una serie de siete u ocho filas de asientos de madera, destinados a los invitados -Elisabet reconoció, entre ellos a Yehudá Ben Yoezer, con el rostro parcialmente cubierto por una venda-. En la pared de la derecha del Tribunal había un banco de madera donde se sentaba el reo, custodiado por dos guardias. Los testigos se encontraban fuera de sala, en una dependencia anexa, y prestaban sus declaraciones, al ser llamados por el ujier, de pié frente al Tribunal; el cual, en este caso, era presidido por el Av Beit Din, lo que determinaba que se trataba de un asunto relevante.


     El Presidente abrió la sesión mediante una fórmula milenaria donde se mencionaba que la justicia era impartida en el nombre de Dios, y se rogaba a Éste concediese la sabiduría necesaria al Tribunal para la justa sentencia y, asimismo, se informaba del contenido de la acusación: "por invocar espíritus y practicar la adivinación".


     Acto seguido se citó al primer testigo.


     Elisabet reconoció a uno de los soldados que la habían detenido en el bosque y pudo oir como éste manifestaba "haberla visto de rodillas, con una lámpara encendida, con los brazos extendidos hacia el cielo y haberle oído invocar a los espíritus".


     Poco a poco, hasta un total de doce, los testigos, todos desconocidos para Elisabet, fueron declarando ante el Tribunal: ... "altar en su casa e invocaciones a difuntos", "adivinaciones sobre la muerte del Rey", "sacrificios a los espíritus",... etc.


     Elisabet no podía dar crédito a lo que oía. Todo era falso y aquello no era un juicio, si no una pantomima. A partir del quinto testigo dejó de prestar atención; todo se había acabado y ya no tenía fuerzas ni ganas de luchar, -"si ésta es la voluntad de Dios, sea"-, pensó.


     Cuando el Av Beit Din la requirió para presentar las alegaciones en su defensa, se limitó al silencio.


     Finalmente el Presidente del Tribunal, después de una rápida consulta a los otro cuatro jueces, se dispuso a dictar sentencia:


     "Se han cumplido todos los preceptos que establece la Ley: Los aquí comparecientes han sido testigos presenciales, que no profesan antipatía o animadversión hacia la acusada, que asimismo tampoco son familiares o amigos de la misma y sus declaraciones no han presentado discrepancias a juicio de este Tribunal. La acusada tambien ha sido requerida para ser oída en su defensa. Por tanto es de aplicación lo expuesto en Levítico 20:27 'el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos'. 


     Por todo ello la sentencia de este Tribunal es firme y concluyente: Se condena a la acusada a ser lapidada hasta su muerte. La sentencia se cumplirá mañana a las cuatro de la tarde. Mientras tanto devuélvase a la acusada a la prisión del Sanedrin. La sentencia ha sido dictada."
 
     Zacarías despertó sobresaltado. No sabía si había leído o soñado los ultimos acontecimientos de la historia. Repasó el último folio. Ella no podía morir. Sentía un profundo dolor dentro de sí y las lágrimas acudieron a sus ojos. Se estaba acercando el final -le quedaban tres folios- y prosiguió con la lectura, aunque el sopor le vencía por momentos.

     "Elisabet no pudo conciliar el sueño en toda la noche. Ya no sentía miedo ni angustia. Había dejado de luchar y aceptaba su suerte. Se acordó de su padre y de su madre, de los tiempos en lo que eran felices en la granja, pero ahora ambos estaban muertos. Tenía 19 años y pensó que quizás era muy joven para morir, y se acordó de su Caballero de la Estrella "tal vez no nos veamos nunca y quizá soy muy joven para morir, pero aquel beso y sus caricias, valen por toda una vida", se dijo.


     La celda se abrió y entraron dos soldados. Le dieron una especia de camisón oscuro y una capucha del mismo color y le dijeron que se los pusiese. La arrastraron, descalza, fuera de la prisión, la subieron a un carro y la llevaron hacia el lugar de ejecución. Éste se hallaba situado en un descampado cerca de las ultimas casas a la salida de Jerusalen, en el centro del cual había un poste de piedra, donde eran atados los reos.


     Hasta allí fué conducida Elisabet y atada de pies y manos al poste.


    A lo largo del trayecto ella había oído como la gente al pasar le increpaba y deseaban su muerte, pero ahora lo podía palpar en el ambiente: la gente gritaba e insultaba; había tensión y deseos de sangre. Pero Elisabet no sentía miedo, solo quería que todo acabase. Con gran esfuerzo consiguió acercar su cabeza a sus manos y se quitó la capucha. Quería mirarlos de frente con la mirada de los que se saben inocentes. No con rencor, ni con orgullo, ni con miedo. Sólo con bondad.


     Entonces lo vió."

     Zacarías dió un respingo y sintió como su corazón se encogía en el pecho. Le estaba mirando a él. Elisabet le miraba fijamente a los ojos y él pudo ver los suyos límpidos, oscuros, profundos y llenos de amor. Le miraba a él y le sonreía, pero ¿que hacía él alli, en medio de la multitud?, ¿que había sucedido?, "esto es un sueño", pensó, mirando los tres folios que aún sostenía en su mano.

     El fuerte empujón de un hombre situado a su derecha, mal encarado, vestido con una sucia chilaba, un kipá y dos grandes piedras en las manos, le sacó de sus pensamientos. "Esto es real, no sé cómo, pero es real".

     Elisabet lo vió. Estaba en medio de la multitud, ataviado con las mismas prendas que lo había visto aquella vez, aunque ahora no eran brillantes, solo extrañas. El, su Caballero de la Estrella, había vuelto como le dijera, "te amo y volveré a por ti". Se sintió feliz, "ahora ya puedo morir", pensó; y una sonrisa puso color en su rostro.

     Un hombrecillo de largos cabellos de la primera fila gritó "muerte a la bruja" y alzando su mano arrojó una piedra contra Elisabet. La piedra chocó contra el poste y arrancó una astilla que fué a clavarse en la frente de Elisabet, manando un ligero hilo de sangre. Otro hombre también lanzó una piedra; ésta golpeó en el costado de Elisabet y se oyó un leve gemido. La multitud empezó a gritar enfervorizada. La chusma quería sangre.

     Zacarías estaba paralizado. ¡Ella no podía morir!. El estaba allí y ella no podía morir, pero ¿que podía hacer?. Tenía que actuar. Tenía que hacer algo.

     Empezó a gritar como un poseso: "es inocente, es inocente". Se abrió paso a codazos entre la multitud y se situó entre ellos y Elisabet, "alto, deteneos, es inocente".

     Al principio, inmerso en una multitud pendiente del reo, nadie había notado su presencia, pero ahora él estaba allí, en medio, delante de todos, y poco a poco los gritos se fueron calmando dando paso a la curiosidad, ¿quien era aquel ser desconocido, de pelo corto y extraña vestimenta? ¿y qué pretendía?. Zacarías tenía que ganar tiempo aprovechando perplejidad de la muchedumbre. Pero ¿cómo?. Miró a su alrededor y no vió nada que pudiera usar.Tiró los folios al suelo, hurgó en sus bolsillos y se topó con una caja alargada y estrecha. "Mi teléfono", pensó, "pero aquí no me sirve para nada". Tenía que actuar con toda premura. Sacó el teléfono del bolsillo, apretó una tecla y el aparato se iluminó. La plebe observaba atónita y en silencio sus movimientos. "Videos". Pulsó y apareció una larga lista de iconos. Sin apenas mirar, pulsó el primero que encontró y dió toda la potencia al sonido: los primeros compases de una canción de Maná resonaron en el silencio de la tarde, las imágenes del video aparecieron simultáneamente. Se oyó un rumor de perplejidad y asombro. La multitud retrocedió dos pasos. El se acercó a ellos -"es inocente"- les dijo y giró la pantalla del teléfono hacia el grupo y a continuación lo depositó en el suelo.

'.... Estoy clavado,
estoy herido,
estoy ahogado en un bar ....'

     Empezaron a oirse murmullos de incredulidad y miedo entre la gente mientras se arremolinaban alrededor del aparato -"Dios mio, tecnología de vanguardia en el siglo I a.JC."- pensó.

     Ahora tenía que darse prisa. Corrió hacia donde se encontraba Elisabet y del bolsillo sacó la navajita que había usado para deshacer el paquete del peregrino. Cortó las ligaduras, y ambos salieron corriendo en dirección a las casas mas próximas. La tarde empezaba a declinar.

     Las piedras herían los pies descalzos de Elisabet que corría con dificultad. Zacarias se detuvo y la cogió en sus brazos, ella se abrazó fuertemente a él.

     Alguien del grupo ajusticiador gritó: "se escapan". La multitud despertó bruscamente de su asombro y con gran vocerío iniciaron la persecución en pos de la pareja.

     Zacarías tomó la primera calle que vió, un callejón largo y umbrío; luego la primera a la derecha y después otra a la izquierda. A medida que avanzaban los callejones se volvían mas angostos y oscuros. Sentía a la multitud cada vez mas cerca. Vió una callejuela en penumbra y aún mas estrecha y decidió cogerla. No habian avanzado mas de cuarenta metros cuando la callejuela se abrió a una pequeña plaza sin salida. Las puertas estaban cerradas y ellos podían oir como la masa simiesca se aproximaba a la esquina del callejón.

     Zacarías puso a Elisabet en el suelo, detrás de él, y sacó su pequeña navaja. "Lucharé", se dijo. Nunca se había planteado el tema de su muerte, pero ahora lo supo, "lucharé hasta el final; no la dejaré en manos de esos salvajes". Elisabet se apretó fuerte contra su espalda: su Caballero de la Estrella había vuelto, ahora ya no le importaba nada.

     Los primeros perseguidores entraban en la callejuela cuando una puerta se abrió y un débil rectángulo de luz se proyectó sobre la calle. Una figura masculina se recortó bajo el dintel: "entrad, aprisa".

      Zacarías lo reconoció al instante. Era "el peregrino".

     Ahora iba descubierto y vestía con una larga chilaba de color claro sobre la que llevaba un chaleco de color azul oscuro. Su pelo caía en rizos sobre los hombros y los ojos eran tan azules y limpios como le recordaba.

     -"Seguidme", dijo el peregrino. Atravesaron la vivienda y salieron por una puerta posterior a otra callejuela perpendicular a la que habían traído. Anduvieron unos cuantos metros y entraron en otra casa.

     - "Aquí no os encontrarán", dijo. Al poco rato apareció provisto de un balde con agua y algunos trapos con los que secarse:

     -"Debereis cambiaros de ropa; en ese baul encontrareis todo lo necesario. Aseaos y luego nos iremos".

     Durante todo este tiempo Zacarias y Elisabet no habian cruzado palabra. Ahora allí estaba ella sentada en un taburete de madera mirandole mientras sonreía. El, mientras contemplaba su extraordinaria belleza, sintió un impulso repentino y acercandose a ella la tomó de las manos y la puso en pié. "Te amo", le dijo "y he venido hasta aquí por tí". "Lo sé", dijo Elisabet "te ví en mi sueño y te he estado esperando desde entonces". El tomó su cara entre las manos y la besó larga y profundamente, con un beso que nacía en su alma y recorría sus sentidos, estallando en sus labios. Ella se abrazó a él con todas sus fuerzas.

     -"Apresuraos. Debemos irnos", dijo el peregrino apareciendo en la puerta.

     Salieron en silencio, con todas las precauciones. Caminaron por estrechas callejuelas, lejos de las calles mas transitadas. Era ya noche cerrada cuando dejaron Jerusalen dirigiendose hacia el sur. Estuvieron andando durante varias horas. A medida que se iban alejando fueron encontrando pequeños grupos de pastores que tambien se dirigían hacia el sur, como ellos.

     Al poco rato, desde lo alto de una colina, divisaron una aldea. Algunas luces de las casas estaban encendidas, pero en general el pueblo parecía dormido. Durante todo el viaje habían permanecido en silencio; el peregrino iba en primer lugar, vigilando y señalando el camino y era seguido por Zacarías y Elisabet cogidos de la mano.  De pronto el peregrino se detuvo.

     -"Mi cometido llega hasta aquí. Ahora debereis continuar solos. Seguid a los pastores", dijo.

     -"Te agradecemos mucho lo que has hecho por nosotros. Te debemos la vida, pero ¿quien eres?", pregunto Zacarías.

     -"Me llamo Yibrail, pero vosotros me conoceis como Gabriel y soy El Mensajero", contestó.

     Aún confusos, Zacarías y Elisabet se despidieron de Yibrail y prosiguieron su camino. Diversos pequeños grupos de pastores, portando cestos y hatillos se dirigían al pueblo y ellos fueron tambien en ésa dirección.

     A la entrada del pueblo una casa de mayor tamaño que el resto tenía algunas de sus ventanas iluminadas, debía ser un albergue o posada, a juzgar por el número de caballerías, camellos y carros que aparecían en sus inmediaciones. Un poco mas alejado, un grupo numeroso de camellos estaba siendo enjaezado por sus camelleros, preparándose para partir -"debe ser una caravana"-, pensó Zacarías.

     Al lado del albergue un almacén grande dejaba ver luz en el interior, parecía una cuadra o un sitio para albergar los animales. Toda la gente se dirigía hacia el interior de aquel lugar y ellos los siguieron.

     El cobertizo era amplio, con el suelo de tierra cubierto de paja. Al fondo habia varios apartados con animales. Olía a estiercol y a hierba. A la derecha aparecía otro pequeño corral ligeramente iluminado por dos lamparas de aceite. Un grupo de pastores se amontonaba en la puerta mirando hacia el interior. Ellos tambien se acercaron.

     Dentro, de pié apoyado en una larga vara se encontraba un hombre de cierta edad con luengas y canosas barbas, a su lado y sentada en un taburete de madera se encontraba una mujer. Era morena, hermosa y muy joven  -no debería tener mas de 17 años-, que sostenía en su regazo un niño recién nacido, cubierto por una tosca y vieja manta de lana. La mujer sonreía. Dos animales, una vaca y una mula, rumiaban en un rincón. Todos los pastores se acercaban a ver al recien nacido y depositar allí sus talegas.

     Zacarías no podía dar crédito a lo que empezaba a sospechar. Se acercó a un hombre que estaba en la puerta,

     -"¿Cómo se llama este pueblo?", preguntó

     -"Se llama Belen", contestó el hombre, "ellos son forasteros y el niño ha nacido esta noche. Nosotros hemos venido para ayudarles".

     Zacarías estaba embargado por la emoción. El estaba allí, con Elisabet, delante de Jesús. No sabía si reir o llorar. Cogió a Elisabet de la mano y se abrió paso entre los pastores acercándose a la Madre y al Niño. Ambos se arrodillaron.

     -"Os agradezco que hayais venido", dijo María.

     El Niño descansaba y parecía dormido, pero, en ese instante abrió los ojos, los miró y extendió lentamente un brazo hacia ellos. Zacarías alargó su mano derecha y el bebé agarró su dedo indice. Entonces sonrió.

     Fué como si un potente rayo explotara en su interior. De pronto todo tenía sentido: su infancia, sus padres, sus exitos y fracasos, las largas noches de soledad y abatimiento. Su vida.

     Miró a Elisabet que tenía los ojos cubiertos de lágrimas, la tomó de la mano, salieron del cobertizo y se fundieron en un gran abrazo embargados por la emoción.

     -"Salam aleycum. Mi nombre es Mohamed el Abdullah y soy el jefe de la caravana que está a punto de partir, si quereis podeis uniros a nosotros".

     -"¿Y cuál es vuestro destino?", peguntó Zacarías

     -"Egipto", respondió.

     Zacarías miró a Elisabet y ambos sonrieron. Empezaba a amanecer.


     No supieron exactamente cual fué la causa de su muerte, cuando el dia 26 de Diciembre Marta lo encontró recostado en su sillón. Dijeron que probablemente un infarto de corazón, propiciado por la ingesta de Glenfiddich y el exceso de trabajo, aunque siempre les quedó la duda motivada por aquella expresión pacífica y sonriente que se reflejaba en su rostro. A su lado hallaron un montón de folios, sucios y arrugados, mecanografiados con una máquina de escribir mecánica y muy antigua. Nunca pudieron hallar los tres folios que faltaban en la obra que parecía estar leyendo cuando murió, ni tampoco su teléfono móvil.